De nuevo, la figura del Tribunal Constitucional, que va a empezar a ocuparse

del asunto, se revela indispensable en nuestro entramado jurídico

 

Filesa, el Supremo y el PSOE

 

CUANDO EL LEGISLADOR PREVIO que las causas que afectaran a aforados tendrían

que ser instruidas y vistas en la Sala Segunda del Tribunal Supremo, arrojó

sobre esta instancia una inmensa tensión, aumentada luego por la teoría

socialista de que no hay responsabilidades políticas asumibles sin

sentencias judiciales firmes. El curso que ha seguido el caso Filesa en el

Supremo pone de manifiesto las imperfecciones de este sistema legal. Un

procedimiento irónicamente calificado como abreviado ha tardado seis años en

ser instruido y ha concluido con una resolución en la que media un abismo

entre los hechos probados y las penas impuestas en razón de aquéllos.

El relato de hechos es suficientemente preciso y claro como para que la

petición de excusas a los ciudadanos realizada por el secretario general del

PSOE, Joaquín Almunia, esté más que justificada. Es lo mínimo que puede

hacer el PSOE a estas alturas, después de haber tratado de negar o regatear

responsabilidades durante años. Existió un entramado de empresas para

financiar ilegalmente al Partido Socialista, receptor de fondos por informes

supuestamente técnicos que nunca se realizaron. La investigación no ha

podido esclarecer si los pagos por esos informes fueron compensados desde la

Administración gestionada entonces por el PSOE. Pero no hace falta comprobar

la existencia de ese trato de favor para concluir que el PSOE se prevalió de

su situación de entonces, cuando llevaba ya siete años de mayoría absoluta,

con objeto de obtener fondos privados para su financiación.

La responsabilidad política contraída en este asunto resulta, pues,

innegable, y en este sentido se echa en falta una actitud más resuelta de

los máximos representantes de la antigua dirección socialista. Cuando

Alfonso Guerra afirma que el de Filesa ha sido un juicio político, o cuando

Felipe González circunscribe su análisis a lo desproporcionado de las penas,

están realizando valoraciones reduccionistas y a la defensiva, en momentos

en que poco tienen ya de qué defenderse. La historia de los casi catorce

años de gobierno socialista es mucho más que la contenida en los sumarios de

los GAL y Filesa, pero actitudes como las descritas van a conseguir que, al

final, a muchos ciudadanos les parezca que entre 1982 y 1996 sólo hubo una

secuencia de escándalos.

A los dirigentes de la anterior etapa socialista les resultaría

especialmente exigible otra actitud, precisamente porque ellos elaboraron la

teoría de que las responsabilidades políticas debían dimanar de los hechos

probados en las sentencias. Con ello, y sin pretenderlo, colaboraron a poner

en marcha un mecanismo diabólico, porque el PP se vio así alentado en su

estrategia de llevar la tarea de oposición a los tribunales. Que el PP haya

actuado como acusación particular en el proceso de Filesa ha teñido todo el

asunto de lucha partidista y ha trasladado al Supremo una gran tensión

política.

A la vista de la sentencia, de los tipos aplicados --esa curiosa asociación

ilícita por la que se condena al ex senador Josep Maria Sala-- y de la

desproporción entre hechos y penas, se concluye con facilidad que ha faltado

en el Supremo la suficiente serenidad como para enjuiciar con gran

equilibrio los hechos. Tanto lo ocurrido en la fase inmediatamente anterior

al juicio oral --las acusaciones de prevaricación dirigidas contra la Sala

Segunda por haber dejado fuera del proceso a parte de los acusados--, como

lo sucedido en los últimos días, en relación con la ejecución o no de las

penas, confirman la impresión de inseguridad y bandazos del Supremo en este

asunto. Es probable que nada de esto hubiera ocurrido del mismo modo hace

unos años, cuando dicha Sala estaba presidida por Enrique Ruiz Vadillo,

quien a su solvencia jurídica unía un muy desarrollado sentido de la

prudencia.

Muchos ciudadanos, en suma, pensarán que, con su sentencia sobre Filesa, el

Supremo ha dejado sentados unos hechos efectivamente delictivos, pero no ha

llevado a cabo una gran labor de realización de la justicia. De nuevo, la

figura institucional del Tribunal Constitucional, que ahora va a empezar a

ocuparse del asunto, se revela indispensable en nuestro entramado jurídico.

 

JOSÉ MARIA BRUNET

 

Copyright La Vanguardia 1997

 

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