dijous, febrer 17, 2005

Debat a TVE

Ahir es va fer el debat a La2 de TVE en el que després de 20 anys hi participava, juntament amb els representants del PSOE, PP, CiU, ERC, IU, PNB i CC, un representant del PSC. Una fotografia publicada a El Periódico immortalitzava el bon rotllo entre Trini Jiménez i el representant del PSC. Espero que Juan Manuel Prats, el fotògraf, i els amics de El Periódico no s'enfadaran perquè la publiqui al meu blog...





Per seguir donant arguments pel sí, trobareu tot seguit tres articles publicats avui respectivament per Francesc de Carreras a La Vanguardia, Joan Tapia a El Periódico, i Josep Ramoneda a El País.

EUROPA, UN PASO MÁS

FRANCESC DE CARRERAS

La Vanguardia - 17/02/2005


No veo ninguna razón bien fundada para que los partidarios de la integración europea, tal como se viene configurando desde hace más de cincuenta años, opten por el voto negativo en el referéndum del próximo domingo. Al contrario, deben acudir a votar sí con total convencimiento y hasta con entusiasmo. Al fin y al cabo, el texto que se nos propone es un paso más respecto a lo que ya existe, y ése es, precisamente, su gran mérito.

En efecto, el método que se escogió tras la Segunda Guerra Mundial para construir la Europa unida es un método lento, un proceso en el cual los pasos adelante son cortos pero seguros con la intención de que ninguno sea en falso, sea un salto al vacío. En 1945, tras una guerra que enfrentaba de nuevo, por tercera vez en setenta años, a franceses y alemanes, las más sensatas cabezas políticas de Europa decidieron emprender el camino hacia la unidad con el fin primordial de impedir nuevos enfrentamientos. Para ello se contemplaron entonces dos grandes vías.

La primera era muy simple: construir Europa comenzando directamente por la unidad política, es decir, creando ya de entrada un Estado federal europeo. La segunda vía era más compleja, sin duda también más lenta, pero, según sus partidarios, mucho más sólida y segura: se trataba de crear intereses comunes que establecieran entre los países europeos unos vínculos económicos sobre los que, más tarde, pudiera asentarse una estructura política.

Los intentos de optar por la primera vía fueron siempre parciales y fracasaron. La idea de crear directamente una Europa política fue pronto abandonada. Se optó en cambio por la segunda vía, la más lenta y compleja. El primer ensayo fue el tratado de la CECA en 1950. En síntesis, su finalidad era la siguiente: con el carbón y el acero que producían sobre todo Francia, Alemania y Bélgica se debía crear una industria siderúrgica integrada por empresas de los países miembros de la CECA con el fin de fomentar intereses comunes. El ideólogo principal de esta vía fue el francés Jean Monnet, quien convenció a los grandes líderes del momento: Schuman, Adenauer, De Gasperi y Spaak. La vía de comenzar por la integración económica para después alcanzar la unidad política.

El segundo paso, mucho más decisivo, se dará en 1957 con la creación de la Comunidad Económica Europea, cuya finalidad principal será crear un espacio de libre circulación de personas, mercancías y servicios que superara los estrechos marcos estatales.

Tras estos modestos pero sólidos inicios, Europa se ha ido edificando paso a paso: mercado común, política económica unificada y moneda propia han constituido sus principales hitos. A su vez, desde el primer momento, este marco de actividades económicas conjuntas ha necesitado unas instituciones de gobierno: Consejo, Comisión, Parlamento, Tribunal de Justicia. Estas instituciones han ido aumentando sus competencias, arrebatándolas así a los estados. Este aumento de competencias no se ha producido sólo en materias económicas en sentido estricto, sino también en otras materias conectadas estrechamente a las económicas: educación, transportes y comunicaciones, medio ambiente, investigación, protección de los consumidores, energía, cultura, política social y sanidad, entre otras. Por tanto, el proceso de unidad no sólo ha sido económico, sino que ha tenido también importantes repercusiones políticas.

Además, a mediados de los años ochenta se consideró que había llegado la hora de acelerar la unidad política propiamente dicha. El tratado de Maastricht en 1992 fue un primer paso importante: se aumentaron los poderes del Parlamento, se redujeron las materias en las que se necesitaba la unanimidad de los estados para tomar una decisión, se intensificó la colaboración entre gobiernos en materias de defensa, relaciones exteriores, seguridad y justicia. El segundo gran paso es el actual tratado por el que se establece una Constitución europea. El llamativo nombre de constitución y el hecho de que en España sea consultado en referéndum le han otorgado, quizás, una importancia desmesurada. Sin embargo, como afirmó hace años el Tribunal de Justicia europeo, los actuales tratados ya son de hecho una verdadera Constitución. Ello no quiere decir que el texto que el domingo se somete a referéndum no contenga elementos nuevos: se trata, sin duda, de un importante paso hacia la unidad política. Las innovaciones principales son dos: en primer lugar, un capítulo de derechos fundamentales que explicita lo que hasta ahora sólo estaba contenido implícitamente; en segundo lugar, una reordenación y sistematización de los tratados anteriores a los efectos de hacerlo más inteligible. Quienes se quejan -con razón- de las dificultades para comprender el actual texto es que no habían leído los tratados actualmente vigentes, porque la mejora, en este sentido, es muy visible y sustancial. Otra cosa es la dificultad natural que entraña leer un texto jurídico. Pero nadie puede negar el indudable esfuerzo de los constituyentes europeos en hacerlo más claro y accesible.

La Constitución es, por tanto, continuista: un paso más en la actual construcción de una Europa integrada. Ahí está su mérito. Sigue la tradición: es un paso, no un salto. Quien esté razonablemente de acuerdo con el camino andado hasta ahora sólo tiene razones para ir a votar afirmativamente. Únicamente quien está en contra de la actual estructura de la Unión Europea tiene fundadas razones para votar no.

FRANCESC DE CARRERAS, catedrático de Derecho Constitucional de la UAB

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ARA, MÉS EUROPA

JOAN TAPIA, Periodista

EL PERIÓDICO, 17/2/05

En el debat de TVE-Catalunya de dissabte passat, em va quedar clar que Bernat Joan i Raül Romeva, portaveus d'ERC i Iniciativa, volien més Europa. I que apostaven pel no a la Constitució per dos motius fonamentals: la falta de reconeixement de Catalunya i la creença que el text té poc contingut social. I, intuint la victòria del sí, pretenen el que l'agut portaveu d'ERC al Congrés, Joan Puigcercós, ha definit com "un toc d'atenció".

És una actitud legítima. Catalunya no figura al text constitucional i molta gent desitja una Europa més social. A més a més, la seva previsible derrota serà temperada per l'alta abstenció. I també és cert que ERC i ICV apunten carències del tractat i fomenten un debat imprescindible i impossible si tots els demòcrates haguessin optat pel sí. Se soluciona així, de forma parcial, la poca atenció dels mitjans de comunicació als dos anys de treball de la Convenció Europea, elegida pels parlaments estatals, el Parlament europeu i els estats. Si aquest seguiment s'hagués produït --com va passar amb la Constitució espanyola fa 25 anys i ara amb el pla Ibarretxe--, la criticada falta d'informació, confirmada pels electors que declaren un coneixement molt escàs del text constitucional, no tindria raó de ser.

Però quan els ciutadans estan convocats a un referèndum sobre Europa no estem en un moment de toc d'atenció. Estem davant d'una decisió rellevant. I la reflexió porta a diverses conclusions.

Primera, el vot contrari a la Constitució paralitzaria la UE en el Tractat de Niça. I en aquest tractat ni Catalunya ni la política social en surten més ben parades, ja que Niça va representar únicament la voluntat dels estats nacionals. Votar no implica, en el millor dels casos, quedar- nos a Niça. Encara que, si aquesta actitud s'estengués a altres països, la UE podria entrar en una llarga crisi. I s'ha de ser molt optimista per pensar que d'aquesta crisi n'emergiria alguna cosa millor que el que ha aconseguit la Convenció en dos anys de treballs.

SEGONA, a Espanya hi ha bastanta gent que no desitja més Europa. Volen tot al contrari. Representen el nacionalisme més fosc, que sempre han vist a Europa l'origen del mal --el liberalisme i el progressisme-- i que s'expressen a través d'una potent cadena radiofònica vinculada a l'Església catòlica. També és veritat que en el sí coincideixen polítics enfrontats com Zapatero, o Maragall, amb Rajoy o Aznar (que manté un insòlit silenci). Però Europa implica la col.laboració de la dreta i de l'esquerra, per radicals que siguin, sempre que respectin la democràcia. Quan els espanyols, i els catalans, estem a punt de compartir ciutadania amb més de 400 milions de persones hauria anat bé que els enemics d'Europa (encara que reverenciïn la nova Europa de Rumsfeld), radicats a les franges extremes del PP, es poguessin comptar. Sols. Perquè no són cap relíquia. La passada legislatura van controlar rellevants palanques de poder i van condicionar el discurs i la política de centre-dreta.

Amb tot, la raó principal per votar la Constitució és que es tracta d'un pas endavant en la construcció de l'Europa política. El Mercat Comú va ser als anys 50 un gran invent per sepultar els vells nacionalismes (en primer lloc el francès i l'alemany, que van generar dues guerres salvatges en menys de 50 anys) i per obrir una etapa de creixement i prosperitat que va permetre grans conquistes socials. La unió monetà- ria, l'euro, ha representat la culminació d'aquest procés a l'assegurar l'estabilitat econòmica i posar límits al poder del dòlar. A Espanya, l'euro deixa respirar sense ofecs l'economia, a l'alliberar-la de les servituds de la pesseta (alts tipus d'interès quan es disparava la inflació), i marca als agents socials noves pautes de conducta.

Però al segle XXI els vells estats nacionals ja no tenen capacitat davant dels mercats mundials, les multinacionals i les grans potències (Estats Units, Xina). No serveixen per garantir ni el model social europeu ni la veu dels europeus en els conflictes internacionals. Aquí hi ha el recent unilateralisme de l'Amèrica de Bush en la guerra de l'Iraq per demostrar-ho.

Només una Europa forta aconseguirà fer respectar la voluntat dels catalans, espanyols, francesos, alemanys... Però mentre el mercat únic i l'euro són dues realitats palpables, l'Europa política encara es regeix per les institucions dels anys 50, que Méndez Vigo va caricaturitzar en el citat debat com un vell microbús. És imprescindible que més decisions del Consell Europeu (format pels caps de govern) siguin adoptades per majoria qualificada i que no requereixin unanimitat. És obligat que la Comissió Europea sigui responsable davant del Parlament perquè adquireixi legitimitat com a embrió d'un Executiu supranacional. És necessari que el Parlament tingui més poder davant del Consell Europeu per pal.liar el dèficit democràtic. I és rellevant que Europa sigui un actor amb força en l'escena internacional (més enllà de la grandeur francesa, l'amarga frustració alemanya o el Perejil espanyol). Això és el que es pretén amb la Constitució, que comporta l'elecció d'un president d'Europa i l'existència d'un ministre d'Exteriors que serà, alhora, vicepresident de la Comissió.

ÉS CERT que per als que volem una Europa federal, la supranacionalitat no avança gaire. Els polítics que regeixen els estats nacionals són bastant conscients del seu decreixent poder però continuen sent reticents a l'hora de traspassar-lo a les institucions europees. L'Europa de la Constitució seguirà sent un OPNI (Objecte Polític No Identificat), barreja d'unió d'estats, ciutadania comuna i embrió de supranacionalitat. I només hi haurà més Europa en la mesura en què els ciutadans s'hi interessin i ho exigeixin. El referèndum de diumenge és una ocasió que no s'ha de desaprofitar.

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EUROPA, IDENTIDAD ABIERTA

JOSEP RAMONEDA

EL PAÍS - 17/02/2005

La campaña del referéndum europeo apenas ha llegado a la calle. Buena parte de la clase política sufre este penoso provincianismo que convierte al negocio propio en lo único importante. Poco importa que Europa sea el más ambicioso proyecto de creación de una potencia supranacional basada en los principios democráticos jamás diseñado. Poco importa que Europa sea el único horizonte en el que las instituciones del bienestar puedan hacerse sostenibles. Poco importa que la construcción de Europa sea indispensable para equilibrar un sistema de gobernabilidad del mundo del que EE UU se está apropiando. Aquí cada cual va a sus cálculos miserables de coyuntura política.

La derecha española nunca ha sido especialmente europeísta. Y cuando, distanciada ya de sus peores tradiciones, parecía que llegaba el momento de asumir plenamente Europa, Aznar se convirtió en el ariete del interés americano en debilitarla. El PP es ahora defensor formal del sí, pero está sembrando permanentemente invitaciones a la abstención (porque creen que una participación muy baja debilitaría a Zapatero) y de reconocimientos al no (porque saben que muchos de los suyos todavía ven a Europa como almoneda de la patria). Los nacionalismos conservadores periféricos han sido tradicionalmente europeístas. El PNV no ha vacilado. Pero Convergència, sí. Sus pugnas con ERC por la hegemonía nacionalista en Cataluña estuvieron a punto de dar el traste con uno de los signos de identidad del partido. Sólo en los socialistas no hay estados de ánimo contradictorios. Felipe González dejó sentada de modo inequívoca la apuesta por Europa.

Durante los años del tardofranquismo queríamos ser como los europeos. Europa era un sueño y los sueños, a diferencia de las utopías, a veces se alcanzan. En Europa estamos. El artículo primero de la Constitución funda Europa sobre "la voluntad de los ciudadanos y de los Estados europeos de construir un futuro común". Europa alcanzará su plenitud cuando la expresión "Estados europeos" pueda ser suprimida. Mientras, los gobernantes seguirán pensando que el poder está en el Estado más que en Europa y los ciudadanos la seguirán viendo como algo lejano.

Europa, afortunadamente, nunca será una patria. Entre otras cosas porque, si la patria va vinculada a un territorio, Europa no tiene siquiera unos límites cerrados y definidos. Las patrias son construcciones mentales, Europa también. Pero es una construcción que se define por su carácter abierto y formal: no pretende imponer un relato único. Y en este sentido, Europa es un primer gran paso hacia la segunda revolución laica. Europa supera la vieja idea de pueblo, esta entelequia, legitimada por la sacralización de lo telúrico, que pretende situarse por encima de los individuos, comprometidos orgánicamente con algo que ni siquiera han elegido. Europa es un territorio de elección, no de determinación. Y desde esta idea se hace posible avanzar en la separación de nación, lengua, cultura y Estado, y, por tanto, frenar el dislate del multiculturalismo que fractura. Como dice Bronislaw Geremek, uno de los europeístas de siempre que viene del Este: "No hay nada biológico en la idea de identidad europea, no hay ningún vínculo de sangre en el origen de la identidad europea, sino una elección, la voluntad de vivir juntos, la voluntad de organizarse conjuntamente".

El proceso requiere su tiempo. El rozamiento con los Estados es un freno permanente. La experiencia de la inmensa mayoría de los ciudadanos es todavía local y nacional mucho más que global, con lo cual el proceso de secularización que la segunda revolución laica anuncia respecto de los nacionalismos, como en la primera ocurrió con las religiones, va para largo. Si la crítica ha sido la gran fuerza de Europa, que le ha permitido dar saltos adelante en momentos decisivos -por ejemplo, el de la fundación de Europa para hacer posible la paz perpetua-, la identidad europea siempre será minimalista. Como dice Tzvetan Todorov será "una identidad formal que no da un sustrato. Indica una actitud, no un resultado". No hay una esencia de Europa, por eso es siempre una puerta abierta a quien quiere compartir un marco formal de referencias comunes. Si la revolución conservadora sigue progresando en EE UU, quien sabe si algún día la liberal Nueva York pedirá el ingreso en la UE.